Dichas aplicaciones le permitirían conocer la ubicación del usuario, su libreta de direcciones entre otros datos.
La filtración abre un nuevo capítulo en el debate sobre la privacidad en los dispositivos móviles.
En las últimas semanas han habido varios llamados para que Google y Apple (responsables de Android y iOS respectivamente) eduquen más a los consumidores sobre la información que revelan al instalar una aplicación.
Otros aseguran que los que más responsabilidad tienen son los programadores de las apps que no toman las suficientes precauciones para evitar que estas filtren datos sensibles.
Pero quizá la pregunta es: ¿por qué una aplicación como un juego necesita conocer la ubicación de sus usuarios, tener acceso a internet o a los contactos del jugador?
La respuesta más simple es que algunas apps requieren dicha información para mejorar sus productos.
Al tener una conexión a internet o acceso a una ubicación pueden saber cuántas veces la aplicación se inicia en un territorio determinado, a qué hora y por cuánto tiempo.
Gracias a la conexión a internet se puede entonces agregar toda la información de sus usuarios y tener una fotografía clara de cómo, dónde y cuándo se utiliza su programa.
Otras empresas necesitan dichos datos para poder tener publicidad dentro de sus aplicaciones y así ofrecerlas gratis al usuario.
Los anunciantes requieren saber la ubicación de los usuarios, su idioma y otras apps instaladas para poder mostrar publicidad atractiva.
El modelo de negocio (después de todo las aplicaciones no son de beneficencia) puede requerir anunciantes.
Hasta aquí todo bien. Se puede estar de acuerdo con la recolección anónima de datos para cualquiera de estos propósitos o estar en desacuerdo y no utilizar dichos programas.
La clave aquí es que dicha acepción implica confianza. El usuario final confía en que sus datos no serán revelados y sólo se usarán en forma anónima.
Los problemas comienzan a ocurrir cuando los programadores respaldan dicha información en internet sin codificarla, dejándola expuesta a redes de criminales cibernéticos o agencias de espionaje.
En ese sentido la responsabilidad de los programadores es crucial.
Rovio -la empresa creadora de Angry Birds y una señalada por Snowden- salió a desmentir que colabore con gobiernos o les entregue datos de sus usuarios y señaló que si hay algún problema ese podría venir de las redes de publicidad que utilizan.
En sus reglas de privacidad (clicubicadas en su sitio web) la empresa explica que usa datos como la ubicación de sus usuarios y otra información relevante para que terceras empresas puedan mostrar anuncios.
Ofrece a sus usuarios -a los que leen con cuidado las reglas en su página- la opción de salirse de la recolección de datos, pero advierte que al hacerlo seguirán recibiendo publicidad aunque no esté basada en sus intereses.
Cualquier búsqueda de una app en un iPhone o iPad suele mostrar -si está disponible- un vínculo a las reglas de privacidad del programa- y al abrirla tras instalarla le preguntará al usuario si quiere aceptar que la app conozca su ubicación o tenga acceso a su teléfono, por ejemplo.
Un dispositivo Android, por su parte, enumera la lista de cosas a las que la aplicación tendrá acceso si queremos instalarla.
De hecho, la Electronic Frontier Foundation (EFF por sus siglas en inglés, una organización que defiende la privacidad digital) alabó a Google por instalar en Android una herramienta llamada «Apps op» que permitía a los usuarios seleccionar a qué cosas darle acceso a apps, en lugar de la política de todo o nada que reina ahora.
Pero en la siguiente versión de Android, Google la retiró disculpándose con el argumento de que dicha característica se había lanzado antes tiempo. Como pueden imaginarse la EFF clicno se alegró mucho.
Quizá los dueños de los sistemas operativos móviles (Apple, Google, Microsoft) se vean obligados a ser mucho más estrictos respecto a la información accesible a las apps o mucho más transparentes y flexibles permitiendo a los usuarios conocer a fondo la información que comparten.
Si el usuario tiene el poder de decidir qué información compartir y cuál no, las quejas serían menores.
Los usuarios confían en sus dispositivos y los asumen -no tienen por qué pensar de otra manera- como su propiedad privada. Las apps que no cuidan sus datos están traicionando esa confianza.