El programa tuvo alta expectativa y baja estofa. Mucho ráting y poca vergüenza. Las promociones, los tuits sesgados que se exhibían en cintillos, las preguntas generosas, los comentarios de Beto, nos llamaban a aplaudir a Tilsa por ventilar y machacar en público algo a lo que no tenía derecho. Todo en “El valor de la verdad” nos llamaba a vitorear a una mujer por atormentar, con el recuerdo de un affaire íntimo, a un hombre, a otra mujer y a sus hijos, que no tienen por qué padecer semejante acoso. Es más, con sus machaconas revelaciones, Tilsa es pasible de ser demandada por difamación.
¿Que sí tenía derecho a hacerlo porque son sus reales vivencias?Nada que ver. La ley no dice eso. Nadie, ni hombre, ni mujer, ni LTGB, tiene derecho a ventilar su privacidad en la parte que toca a la intimidad ajena. Millones de personas han pasado por lo de Tilsa y se han quedado con sus recuerdos de amor, amables o dolorosos, en privado. Solo un enfermizo cuadro de soberbia, alimentado por un entorno de malos consejeros, entre los que se cuenta su madre-mánager, pudo convencer a Tilsa de que era una excepción a la norma. ¿O es que se computa tan especial que nadie puede preferir a otra y si lo hace está condenado al linchamiento público?
El canal debió guardar distancia frente a Tilsa con un cintillo que aclarara que no se solidariza necesariamente con sus expresiones. Ojalá lo haga en la próxima edición estirada. Ojalá Tilsa caiga en la cuenta que con su performance no fortalece el valor que llama “huevos”, sino la sospecha de una ruin venganza con fines de lucro. El costo de cometerla será mayor que el premio televisivo