La cuerda se ha vuelto a tensar en Venezuela. Después de un período de relativa calma, la cesión de poderes legislativos durante un año al presidente Nicolás Maduro ha provocado que la oposición haya decidido retomar la calle este sábado desde las diez de la mañana, hora local, para protestar no solo por esa situación, sino por la depauperación de la vida nacional expresada en lo que algunos observadores evalúan como la crisis económica más profunda de los últimos 30 años.
Es cierto que durante la era chavista, de casi tres lustros, jamás se ha alcanzado el récord de inflación de 1996 -103%-, pero las cifras acumuladas hasta octubre de 2013 -54,3% y 22,1% de escasez- indican que las subvenciones oficiales al dólar para detener la fuga de divisas no han funcionado. El Gobierno de Maduro parecía encaminarse en mayo hacia un manejo más pragmático de la economía, pero desde hace algunas semanas ha decidido radicalizarse y profundizar los controles y la dadivosa política exterior venezolana iniciando una etapa denominada “Ofensiva económica”, que consiste en una batida de todo el Gabinete para confiscar y rematar todos los precios de los bienes y servicios que se transan en el país. Al Gobierno no le ha interesado restablecer las relaciones con el sector privado venezolano en el entendido de que al tener el monopolio de la renta petrolera puede imponer su voluntad.
Tal vez la suma de esas razones haya impulsado al líder opositor y gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles, a pedir a sus seguidores que no acudan a la concentración que se celebrará en Caracas y los 334 municipios restantes del país con aires de fiesta. Es una convocatoria, dijo, para protestar contra la pérdida de la calidad de vida, la calamidad de los servicios públicos, la inseguridad y el desabastecimiento. Este viernes el excandidato presidencial escribió en su cuenta de Twitter: “Quince años enchufados en el poder y solo ahora se dieron cuenta del desastre económico del cual son responsables”. En una visita a San Carlos, en los llanos centrales del país, el dirigente le dio un tono dramático a la actual coyuntura: “Las cosas se pueden poner peor de lo que están. Todavía podemos seguir cayendo, todavía no hemos tocado fondo y si aquí no queremos que en nuestro país lo que veamos sean puras cenizas, nosotros tenemos que salir a protestar y a expresar lo que tenemos en el corazón”.
El presidente Nicolás Maduro, entretanto, ha dicho que la oposición infiltrará a personas con camisas rojas –el atuendo con el que se identifica al chavismo- para provocar caos y buscar alguna muerte. La noche de este viernes anunció que había ordenado detener a dos operadores de los partidos de oposición Voluntad Popular y Primero Justicia, supuestamente encargados de coordinar la operación. Al mismo tiempo restó importancia a la protesta garantizando que sus adversarios podían expresarse con libertad sin que eso signifique una excusa para promover la violencia.
Hasta esta semana Capriles había optado por recoger a sus seguidores. Luego del estrecho resultado de las elecciones presidenciales del pasado 14 de abril, los opositores se lanzaron a la calle en protesta por el resultado que le dio la victoria a Nicolás Maduro. Los desórdenes del día 15 dejaron 9 muertos y decenas de heridos, pero sobre todo la promesa de que esa cifra podía aumentar si la protesta proseguía. En una decisión polémica Capriles decidió continuar su reclamo por la vía legal, que estaba condenado al fracaso, y desconocer cualquier manifestación de sus seguidores en la calle. Con esta estrategia logró evitar un mayor número de víctimas, pero enfrío la temperatura de la protesta hasta el punto de que Maduro se afianzó en el poder y aumentó el poder que ya tenía. La apuesta le ha valido no pocas críticas de dirigentes como Leopoldo López y María Corina Machado.
La oposición ha vuelto así a dar un golpe sobre la mesa cuando parecía que también sería indiferente a la cesión de poderes legislativos al Ejecutivo. Concentrados en una estrategia tercamente electoral, el grueso de la dirigencia agrupada en la Mesa de la Unidad le ha dado hasta ahora un tibio acompañamiento a la lucha de los venezolanos por sobrevivir en tan incierto entorno. Ha carecido de creatividad para detener a Maduro y no han sabido capitalizar en estos meses el inmenso caudal de votos que le quitaron al chavismo en abril pasado. Siempre han apostado al desgaste en el entendido de que los delfines de Chávez no tienen la conexión emocional que éste tenía con su electorado. Esta es una lectura muy simple. El Gobierno tiene el control de la renta petrolera y ha demostrado no tener escrúpulos para comprar apoyo exacerbando el gen consumista del venezolano. La protesta de mañana luce como la calistenia previa a las elecciones municipales del próximo 8 de diciembre. Un verdadero simulacro electoral.