El país que representa la principal amenaza para la paz mundial es EE.UU., según la encuesta realizada en 2013 por la consultora WIN/Gallup International en 65 Estados del mundo sobre un total de 66.000 personas. Pero no es una tendencia nueva. Desde hace mucho tiempo, políticos estadounidenses defienden la idea de apoyar al terrorismo internacional en nombre de los intereses de la seguridad nacional de Washington.
Apoyo a la yihad islámica, una de las prioridades de EE.UU.
Ya en 1998, Zbigniew Brzezinski, uno de los ideólogos más destacados de la Guerra Fría y consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter, admitió que el apoyo a la yihad islámica era una de las prioridades de la CIA. Confesó que el objetivo era provocar la intervención de la URSS en Afganistán en 1979.
«¿Qué es más importante en el curso de la historia mundial? ¿Los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Unos cuantos musulmanes confusos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?», comentó Brzezinski en una entrevista de 1998 al semanario francés ‘Le Nouvel Observateur’.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 no han cambiado significativamente la situación, opina la columnista Olga Schedrova. EE.UU. declaró la guerra contra el terrorismo solo formalmente. En realidad, la política exterior de la Casa Blanca —entre las intervenciones directas, apoyo financiero y asistencia técnica— fue la que llevó a los terroristas al poder.
En países como Afganistán, Irak y Libia, la postura de los gobiernos oficiales pasó a ser extremadamente vulnerable ante los grupos extremistas, que generan un caos e inseguridad total. En Egipto, con el apoyo de EE.UU. el movimiento fundamentalista de los Hermanos Musulmanes, excluido a lo largo de décadas del entorno político del país por sus actividades violentas, llegó a gobernar el Estado hasta que un golpe militar puso fin a su mandato. Una vez fuera del poder oficial, el movimiento volvió a las prácticas terroristas. En Siria, EE.UU. no solo financia a los grupos rebeldes que cuentan con numerosa presencia extremista, sino que también considera al grupo terrorista Frente Islámico como uno de sus socios diplomáticos.
La asistencia tecnológica de Washington a la primavera árabe, que en la mayoría de los países desembocó en un fortalecimiento de los movimientos radicales, no se limitó a suministros de equipamiento, insiste Schedrova. Destaca que las respectivas revueltas fueron orquestadas a través de correos electrónicos, mensajería de texto y redes sociales, y que los servidores administradores de Facebook, Twitter, Hotmail, Yahoo y Gmail están en EE.UU.
Por más ilógica que parezca a primera vista la política de apoyo al terrorismo internacional que genera numerosas víctimas humanas, también entre los estadounidenses, esta estrategia permite a EE.UU. solucionar varias tareas geopolíticas muy importantes, opina Schedrova.
El objetivo clave es debilitar a sus principales rivales: China y Rusia.
Otra tarea es dejar un mundo árabe destrozado y dividido, para beneficiar a la economía de EE.UU.: la difusión del terrorismo bajo la bandera del islam imposibilita la unión entre las naciones musulmanas.
«La mítica guerra contra el terrorismo» permite a Washington crear un pretexto para intervenir militarmente en cualquier Estado del mundo, acusándolo de apoyar a los extremistas.
El terrorismo internacional es, además, un mecanismo muy eficaz para intimidar a la población estadounidense y establecer regulaciones policiales sin mucha resistencia. Bajo la amenaza de posibles atentados, desde el año 2001 el Gobierno de EE.UU. introdujo en el país numerosas leyes que violan las libertades civiles básicas. La legislación antiterrorista autoriza la intercepción de comunicaciones privadas y arrestos de sospechosos sin una orden judicial. Según revelaron las filtraciones del exempleado de la CIA Edward Snowden, tales prácticas se aplican no solo en el territorio del país, sino también en el extranjero.