Desde las violentas protestas por la muerte de Michael Brown, todo cambió este popular suburbio de Estados Unidos.
La vida en este suburbio obrero de San Luis, de casas modestas de ladrillo y apartamentos sencillos, no ha sido la misma desde que el hijo de Angelia Dickens le dijo entre lágrimas: “La policía le disparó a un chico”.
Desde esa noticia hace dos semanas, ella tiene miedo de salir de su apartamento por la noche, mientras los manifestantes se enfrentan con la policía, a veces violentamente. Ella ha dejado de ir a su trabajo en un centro de asistencia telefónica después de que le tomó dos horas cruzar barricadas de la policía y calles cerradas para llegar a casa.
Caminando por la calle Canfield Drive, Dickens ve a la derecha varios policías estatales reunidos fuera de un negocio de barbacoa, tapiado con hojas de madera como medida de prevención en caso de saqueos. Volteando a la izquierda, ve camiones de los medios de comunicación, con antenas satelitales. Al frente, unos voluntarios recogen basura en el distrito comercial, donde cada noche se reúnen multitudes para protestar por el asesinato de Michael Brown, un negro de 18 años de edad, por un policía blanco.
Para el resto de la nación, este es el escenario donde asoman las tensiones entre jóvenes negros y policías blancos en barrios predominantemente negros. Hay manifestantes y periodistas que han llegado aquí de todo el país.
Para los residentes, sin embargo, este también es el lugar donde viven. Tratan de ingeniárselas sobre cómo hacerlo, sin importar qué tan afectados se sienten sobre las raíces del problema.
“Ojalá pueda levantarme el lunes y comenzar una semana nueva en el trabajo”, dijo Dickens, de 55 años, quien ha recurrido a organizaciones de caridad en busca de ayuda para pagar el alquiler, el agua y la electricidad del mes. “Espero que todo esto pase y pueda volver a mi vida”.
Las vidas de las personas que viven cerca de donde Brown fue baleado el 9 de agosto quedaron de cabeza por la presencia de manifestantes y policías. Los residentes se preguntan cuánto tiempo durará esta interrupción.
Su gasolinera más cercana fue incendiada durante los saqueos. Varias tiendas fueron dañadas. Muchas de las peluquerías y restaurantes a lo largo de la franja comercial de la avenida West Florissant están tapiadas para evitar saqueos.
Dellena Jones no ha recibido clientes en su salón de belleza, donde alguien arrojó un bloque de hormigón que hizo añicos la puerta de vidrio. “Si seguimos haciendo esto, seremos parte del terrorismo”, dijo Jones, de 35 años.