El cineasta surcoreano Bong Joon-ho se ha convertido en la nueva obsesión cinematográfica mundial. Justo después de alzarse, contra todo pronóstico, con la estatuilla a mejor película del año durante la pasada edición de los Premios Oscar de la Academia de Artes y Ciencias cinematográficas.
Parasite, además, con su feroz crítica a la sociedad surcoreana y sus profundas dimensiones de lectura y reflexión sobre la cultura del país es, también, un ejemplo impecable sobre el uso de la simbología para plantear dilemas sociales, ideológicos y culturales a través del buen uso de la cámara y de la técnica cinematográfica. Algo que no ha pasado desapercibido para buena parte de los fans del director —tanto antiguos como los más recientes— y en especial para los expertos sobre lenguaje cinematográfico, que durante los últimos meses han dedicado especial interés en el uso de Bong de metáforas visuales y la creación de una particular atmósfera para narrar una historia complicada, como la de hasta ahora, su película más conocida.
Para la cuenta de Instagram @cinefilos, la percepción sobre el tema va incluso más allá y han dedicado un detallado y revelador vídeo en que se recorren con cuidado los planos en los que Bong Joon — Ho no solo analiza la sociedad de su país de una manera despiadada, dolorosa y directa, sino que además, enfatiza las diferencias sociales y culturales que al final colisionan de manera directa en un final doloroso y sangriento que transforma la obra de Bong en una inesperada apoteosis de crueldad.
El breve vídeo recorre los pequeños trucos visuales utilizados por el director, y la forma en que influyen la trama, tal y como te lo describimos a continuación:
Comienza mostrando una de las escenas iniciales de la película, en la que el Ama de Llaves Moon-gwang (interpretada por la actriz Lee Jung Eun) intenta despertar a Park Yeon-kyo (Yeo-jeong Jo), que duerme con la cabeza reclinada sobre la mesa del jardín, mientras el recién llegado Kim Ki-woo (Choi Woo Shik) observa a través de una ventana del piso superior. La línea que divide a la escena desde la vertical de la terraza acristalada (visible gracias a la profundidad de campo de la cámara) es, de hecho, toda una declaración de intenciones.
Mientras el futuro maestro de inglés aguarda en la oscuridad, tanto el Ama de llaves como la dueña de la espléndida casa están a la luz brillante del sol. Una metáfora a la que Bong recurrirá en más de una oportunidad.
El director usa el mismo recurso visual en la secuencia en que Park Yeon-kyo entrevista a Kim Ki-woo, en la inmensa cocina de la casa. El personaje de Yeo-jeong Jo se encuentra de espaldas contra la puerta del refrigerador de metal pulido, en las que son visibles las líneas que le separan de su interlocutor, a quien apenas podemos entrever entre las sombras. Otra vez, Bong trata de expresar las intenciones de sus personajes a través de la forma en que estos se relacionan con el espacio que les rodea.
Unos minutos después, la dueña de la casa invita al maestro de inglés a conocer a su futura alumna Park Da-hye (Jung Ziso) y sube las escaleras centrales de la enorme construcción futurista que Bong utiliza como escenario de la película. En esta ocasión, la línea vertical de un tabique de sostén intermedio, separa la imagen (otra vez en un juego de luces y sombras) que destacan la ropa clara de Park Yeon-kyo y la oscura de Kim Ki-woo. Una y otra vez, el director insiste en mostrar que hay dos realidades (dos extremos, dos espacios, dos lugares, dos formas de comprender la realidad) en medio de la percepción más amplia sobre la identidad de los personajes del argumento.
Una vez en el pasillo superior, Park Yeon-kyo y Kim Ki-woo, siempre separados por la sombras, como si los mundos a los que ambos pertenecen no formaran parte del mismo lugar o incluso, percepción de la realidad. De hecho, durante todas las conversaciones entre ambos, Park Yeon-kyo siempre mantendrá una distancia apreciable y notoria de su interlocutor, con las manos cruzadas al frente y sin mirarle directamente a la cara, sino en momentos muy específicos y cargados de un significado. Lo mismo ocurre, de hecho, con todos los que Park Yeon-kyo podría considerar inferiores: durante la escena en que la dueña de la casa presenta a Kim Ki-woo al Ama de Llaves Moon-gwang, se encuentra en el centro de la escena, iluminada de manera directa, mientras que el resto de los personajes se encuentran a la sombra, rodeandole e incluso, cercándola de forma física. Una alusión quizás, a lo que ocurrirá en el transcurso de la trama entre los personajes.
También en la primera ocasión en que vemos a la hija mayor de la casa, Park Da-hye, es a través del tabique de una pared vertical, en la que su rostro se encuentra levemente iluminado y en que apenas se distinguen sus ojos, atentos a lo que ocurre más allá. Una característica que el personaje mantendrá durante el resto de la película. Park Da-hye es la testigo y observadora involuntaria de una situación que no controla, no la incluye y que al final la ataca de manera directa.
Dos mundos, un eje
El primer encuentro entre Kim Ki-taek (Song Kang Ho) y Park Dong-ik (Lee Sun Kyun) es una de las escenas que transcurre íntegramente fuera de la casa de los Park. De la misma manera, Bong utiliza el espacio para acentuar las diferencias sociales entre ambos personajes. Park se encuentra dentro de un cubículo con paredes cristaleras de plexiglás, que como no podía ser de otra forma están construidas a partir de paredes que subdividen el espacio visual a través de líneas verticales.
Es entonces, cuando la cámara observa a Park, rodeado de empleados, mientras que Kim le espera, fuera del lugar. La línea que los separa es evidente, visible y sobre todo, levemente cruel. Mientras Park tiene una actitud relajada, feliz y casi arrogante, Kim aguarda con ademanes serviles y cansados. Toda una mirada a la forma en que la sociedad surcoreana analiza la complicada estratificación cultural de su país. Kim mira a la izquierda y el espacio visual parece reducirse al mínimo, mientras que el perfil desenfocado de Park se amplia y parece llenar el plano.
Finalmente, en una de las escenas más dolorosas y crueles de la película, los Park mantienen una conversación íntima, mientras la familia Kim permanece escondida a unos pocos pasos del lugar en que yacen recostados. Park murmura a su mujer, sobre su relación con Kim Ki-taek (su nuevo chofer) y hace hincapié en que casi siempre parece a punto de cruzar “la línea” (una idea abstracta que Park utiliza para señalar los límites de la confianza con su empleado) y que nunca llega a hacerlo en realidad.
No obstante, al final admite que aunque hay que “darle crédito” a Kim por su aparente discreción, su “olor” está muy cerca de transgredir esa frontera invisible que los separa a ambos y que, de hecho, es el espacio entre dos mundos que evade toda explicación real y que se afianza en el hecho en que Bong desea mostrar que las diferencias, más que estructurales, son también una revisión agresiva a la forma como su cultura analiza los parámetros de la pobreza y la riqueza.
Como bien demostró el video de @cinefilos, la simetría es de enorme importancia para Bong Joon — Ho, un recurso que ya había utilizado con éxito en The Host (2006), Mother (2009), Snowpiercer (2013) e incluso, en la en apariencia inofensiva Okja (2017); una forma de dialogar con el espectador de una manera sutil y definitivamente contundente.
Tomado de Hipertextual.com