Rejas, alambres de púas, guardias armados hasta los dientes, ni un alma en ciertas calles cuando cae la noche. Esas son algunas de las respuestas de los latinoamericanos a un fenómeno que se refleja contundentemente en las estadísticas: la región padece casi la tercera parte de todos los homicidios del mundo pese a constituir menos del 10% de la población mundial. En otras palabras, una persona enfrenta cuatro veces más probabilidades de ser asesinada en Latinoamérica que en el resto del mundo.
Las cifras han llevado a la Organización Mundial de la Salud a calificar los homicidios en América Latina como una “epidemia” –más de 10 asesinatos por 100.000 habitantes- y a la región a convertirse en la más insegura del mundo, de acuerdo a datos del Banco Mundial.
Tan solo en Centroamérica 18.000 personas mueren al año a causa del crimen. En comparación, España, con similar cantidad de habitantes, no llega a los 400 asesinatos.
La solución a esta ola de violencia no debería ser, sin embargo, poner al crimen detrás de unas rejas, armarse hasta los dientes o vaciar las calles.
Según los expertos, las respuestas deben atacar tanto las consecuencias como las causas de la inseguridad, incluyendo en este esfuerzo a las comunidades, las instituciones, y a los sectores público y privado.
Las raíces de la inseguridad ciudadana son diversas. Se esconden detrás del boom económico de años recientes y afectan a todos los latinoamericanos, en particular a los más humildes, que no tienen cómo protegerse. Van desde el crimen organizado, pasando por sistemas judiciales y policiales poco modernos y efectivos, hasta la violencia doméstica, que afecta a una de cada tres mujeres en el mundo.
El Informe Regional de Desarrollo Humano 2013 lanzado hoy por elPrograma de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reveló que “cinco de cada diez latinoamericanos perciben que la seguridad en su país se ha deteriorado: hasta un 65% han dejado de salir de noche por la inseguridad y el 13% reportó haber sentido la necesidad de cambiar su residencia por temor a ser víctima del delito”. “El robo, en tanto, se ha triplicado en los últimos 25 años, convirtiéndose en el delito que más afecta a los latinoamericanos”, señaló el estudio del PNUD.
Centroamérica, maras y narcotráfico
El problema es particularmente agudo en Centroamérica, según un estudio del Banco Mundial. De este análisis surgió que en la región el narcotráfico es la primera causa del mal que acaba con la vida de miles de jóvenes al año. Los puntos neurálgicos del tráfico de drogas presentan tasas de criminalidad un 100% más elevadas que las demás áreas y se estima que un 90% de la cocaína que llega a Estados Unidos pasa a través del corredor centroamericano.
Otros factores son la violencia juvenil y la facilidad de acceder a armas de fuego. En Centroamérica operan más de 900 maras –pandillas-, la mayoría formadas por jóvenes de entre 15 a 34 años quienes, además de ser los victimarios, son también la abrumadora mayoría de las víctimas.
Más allá del trauma y sufrimiento, el crimen y la violencia conllevan costos económicos exorbitantes: desde el 3% del PIB en Chile y Uruguay, hasta más del 10% del PIB en Honduras, incluyendo gastos policiales, de seguridad y de salud asociados con este flagelo.
“La inseguridad ciudadana impone una tremenda carga social y económica sobre toda la región. Afecta a las empresas, a las instituciones, al clima de inversión y perjudica la capacidad de los gobiernos para enfocarse en otras necesidades sociales”, afirma el especialista en política pública y director del Banco Mundial para Centroamérica, Felipe Jaramillo
Soluciones a medida
Desde mejores infraestructuras en los vecindarios, treguas clave con los grupos de delincuentes o maras, hasta un manejo más eficiente de la tecnología, los centroamericanos están abordando este grave problema con respaldo de la comunidad internacional.
Por ejemplo en Honduras -que tiene una media de 91 muertes por cada 100,00 habitantes, lo que lo convierte en el país más violento del mundo- muchos vecindarios cuentan ahora con mejor alumbrado e infraestructura, gracias a una iniciativa llamada Barrio Ciudad.
Por otra parte, varios municipios del área metropolitana de Guatemala aprenden sobre la experiencia Barrios de Verdad, un proyecto originado en La Paz, Bolivia, que propone mejoras de infraestructura y recuperación de espacios públicos para reducir los índices de criminalidad. Mientras, en El Salvador, un programa busca alejar a los jóvenes de las calles a través de la música.
Este enfoque granular es clave, dice Jaramillo, porque investigaciones recientes demuestran que la violencia está concentrada en ciertas calles. En algunos casos, afirma, “el 70% de los crímenes ocurren en solo 10% de las calles”.
Centroamérica también está esmerándose por mejorar su recolección de estadísticas sobre la inseguridad a través del recién creado Observatorio Regional del Crimen (OBSICA) que busca generar datos comparativos de los crímenes violentos en toda la región.