Santiago Apóstol
El día está radiante. El azul del cielo es intenso. No hay una sola nube. En el pasto que rodea a la iglesia hay unas 30 personas. Hombres por un lado y mujeres por otro. Casi todos visten de negro, con sus sombreros característicos del Altiplano. Me acerco y me presento, les pregunto qué hacen. Me sirven un vaso de cerveza mientras me cuentan que conmemoran los 6 meses de la muerte de un familiar. Miro alrededor y pienso, o son varios los familiares muertos, o el fallecido en cuestión tenía muchos amigos, o, con motivo del recordatorio, todo el pueblo se ha sumado a la chupadera colectiva. En la plaza, en los jardines, junto a la iglesia, en alguna calle… hay grupos, pequeños o grandes, en torno a varias cajas de cerveza.
Brindo con ellos mientras me hablan en aymara. Les digo que no, que no sé el idioma y les pregunto por esa costumbre de celebrar a los seis meses. Me dicen que así es, y que al año también celebran bailando. Les pregunto por la imponente iglesia que está junto a nosotros. Es el templo Santiago Apóstol hecho por los jesuitas en el siglo XVI. Junto a las iglesias del vecino Juli, era el epicentro de la gestión religiosa jesuita del sur de América, sobre todo de las misiones de Paraguay y la gran ruta de la plata de Mojos, que llegaba de Bolivia.
Entro y contemplo asombrado su interior. En un pueblo minúsculo y silencioso como el que estoy, se levanta esta iglesia enorme, barroca y monumental, llena de pinturas murales, con un altar en pan de oro, figuras de vírgenes y santos, y ese sello indio manifiesto en flores, aves y frutas en la decoración. Miro hacia arriba y contemplo la cúpula, justo desde el centro, como si fuese un agujero insondable cargado de luz.
Salgo de la iglesia y subo al mirador del pueblo. Desde su parte alta miro los nevados de la cordillera Real, Bolivia, el lago y sus playas, la iglesia que ocupa la tercera parte de la superficie del pueblo, la belleza que me rodea, todo, también a ti que me acompañas, mientras más abajo la gente sigue chupando en silencio, como estancados en el tiempo.
Estoy en Pomata, en el Balcón Filosófico del Altiplano, como se conoce a este lugar. Y es que desde este sitio ves tanta belleza que te da que pensar. Así dicen.
San Juan Bautista
Llevo un tiempo en que lloro fácil. Puede ser escuchando a los Qhapaq Negros cantando a la Virgen del Carmen, viendo una película junto a ti o sintiéndome impotente ante ciertas cosas. También me ha ocurrido en la iglesia San Juan Bautista de Juli. Este lugar, capital de la provincia de Chucuito, es conocido como la Roma del Altiplano y ya en el siglo XVI tenía una imprenta y una escuela de lenguas manejadas por los jesuitas.