Según estudios norteamericanos la pérdida de la sudoración guarda relación con la senectud cutánea. Al envejecer la capa externa de la piel, llamada epidermis se adelgaza perdiendo color y provocando que se ponga pálida, ya que el número de células que contienen pigmento (melanocitos) disminuye.
De otro lado, los vasos sanguíneos de la dermis se vuelven más sensibles, lo que lleva a la aparición de hematomas, sangrado debajo de la piel y una serie de afecciones. En tanto que las glándulas sebáceas producen menos aceite cuando sumamos años, causando pérdida de humedad, sequedad y picazón.
Conforme transcurre el tiempo de nuestra vida, el sistema defensivo del tejido que implica nuestro cutis se trastorna y se vuelve incapaz de atraer linfocitos T, conocidos también como glóbulos blancos, para mantener a raya a los posibles invasores.
Esas razones explican el por qué somos más vulnerables a las infecciones y a los cánceres de piel a los 70 años que, por ejemplo, a los 40 o 50.