El asesinato de la empresaria María Rosa Castillo Gonzales a manos de su hijo adoptivo Marco Gabriel Arenas Castillo se suma a otros dos sonados casos de parricidio registrados en Lima en los últimos años: el de Elizabeth Vásquez Marín, siendo su hija Elizabeth Espino la autora intelectual del crimen, y el de María del Carmen Hilares Martínez a causa de las al menos 49 cuchilladas que le dio su hija Giuliana Llamoja.
Estos tres mediáticos crímenes tienen varias coincidencias: los victimarios son, aunque mayores de edad, muy jóvenes (entre 18 y 22 años al momento de los hechos); tenían una conflictiva relación con sus víctimas y modificaron la escena del crimen o buscaron ocultar los cadáveres.
El estudiante de Psicología, Marco Arenas, tiene 22 años, mientras que su enamorada y presunta cómplice Fernanda Lora Paz, 18. Él estranguló a la empresaria Castillo Gonzales en su propia casa y posteriormente –junto su pareja- llevaron el cuerpo a Manchay para prenderle fuego. Todo empezó el 5 de noviembre por una discusión por los constantes robos de dinero y objetos de valor que el joven realizaba. La relación entre los padres y el hijo era distante, él se quejó de la poca atención- que supuestamente recibió desde niño.
Fernanda era sindicada también como ladrona. Habiendo ocurrido el crimen, los estudiantes trataron de armar una coartada dejando el vehículo en otro lugar e incluso prosiguieron con sus actividades cotidianas como si nada hubiera pasado. Los dos, de una relación intensa, dependiente y ambiciosa, se encuentran recluidos en distintos penales mientras dura el proceso.
‘Elita’ Espino tenía 21 años cuando, junto a su enamorado Fernando Gonzalez Asenjo (23) y su amigo Jorge Cornejo Ruiz (22), elucubró el crimen contra su progenitora de 45 años en enero del 2010. Según se supo tras las investigaciones del hecho, la joven reveló: “Mi madre me hace problemas, me limita en las cosas que hago y me acosa”. Además, el cuerpo de la contadora –muerta a raíz de golpes y asfixia- fue encontrado al interior de una camioneta que había sido abandonada en Barranco.
La parricida cumple una condena de 30 años de prisión al determinarse que el delito fue planificado y se cometió por lucro.
En tanto, Giuliana Llamoja tenía solo 18 años cuando acuchilló al menos 49 veces a su madre María del Carmen Hilares Martínez (47) causándole la muerte en marzo del 2005. En julio del 2006, fue sentenciada a 20 años cárcel, pero un juzgado de Lima le dio semilibertad el 2009.
El peritaje psicológico practicado a Llamoja señaló que ella fue consciente de sus actos tras discutir con su progenitora. “Me podrían decir es tu mamá, estaba ahí. Y yo podría decir que yo soy su hija y ella también tenía un arma en la mano, y las dos estábamos en una situación igual, porque las dos teníamos un instrumento en la mano. Y quién lo cogió primero, ¿lo cogí yo?”, se defendía en declaraciones a América TV la universitaria, quien tras el crimen escondió el cadáver en el baño, limpió el piso e incluso se fue a su acuarto a cambiarse de ropa. Según su hermano, la matricida no tenía una buena relación con Hilares Martínez.
EL ROL DE LA FAMILIA
A consideración del psicoanalista Leopoldo Caravedo, el hecho de que los parricidas sean jóvenes tiene que ver con un aspecto generacional en torno al cual, además, los padres educan a los hijos de una forma equivocada, aunque también son víctimas de la realidad y sus problemas.
Respecto a los tres casos, el especialista se refirió además a la posible falta de empatía de los padres con los hijos, lo que deriva en el aumento de hechos de violencia. “Muchos papás piensan que ya va a pasar, que es cosa de chicos. No le dan la importancia que debería tener el asunto”, sostuvo en diálogo con. Otro aspecto para entender lo ocurrido tiene que ver con falta de afecto, problemas de relación o perturbación en este ámbito.
Los intentos de modificar la escena del crimen o de ocultarlo en los casos de Arenas, Espino y Llamoja denotan también que los hijos victimarios actuaron adrede.
Llama la atención que en estos sonados casos las víctimas son mujeres. “Quizá la mamá es la que tiene más dificultades con los hijos, porque es la que –planteándolo culturalmente- está a cargo de los hijos. Eso nos hace pensar en que hay un profundo problema de percepción o concepción de lo que es la maternidad, la relación con los hijos”, comentó.
Los tres jóvenes, a juicio del psicoanalista, crecieron con una seria perturbación en el ámbito de los valores que derivó en trastornos de personalidad. “Así como muchos padres están entusiastas de llevar a sus hijos a aprender artes marciales, creo que deberían estar más preocupados en aprender artes emocionales y afectivas, de cómo relacionarse”, opinó acotando finalmente que la familia en el Perú está en una crisis en la que los padres no saben bien qué quieren para sus hijos.
En ese sentido, recomendó a los padres y a los colegios desarrollar espacios de mayor afectividad y encuentro con los hijos.