Hendrikje van Andel-Schipper no solo era la mujer más vieja del planeta, sino también la persona de mayor edad que donó su cuerpo a la ciencia, lo que permitió a investigadores de Holanda y EE.UU. centrarse en el análisis de sus células sanguíneas.
En 2011, los científicos estudiaron el genoma de la anciana y con la información genética de sus glóbulos blancos comprobaron que durante su larga vida sus leucocitos habían experimentado más de 400 cambios. El resultado de su estudio ha sido publicado esta semana en la revista ‘Genome Research’.
Después de examinar la alteraciones de los glóbulos blancos que contenían las mutaciones, los cientificos llegaron a una conclusión que podría esclarecer el secreto de la longevidad humana.
“Para nuestra sorpresa, nos encontramos con que en el momento de la muerte, la sangre periférica derivaba de dos únicas células madre hematopoyéticas activas”, señalan los investigadores, aclarando que la médula ósea humana contiene unas 11.000 células madre hematopoyéticas, de las que 1.300 se dividen de manera activa y renuevan nuestras células sanguíneas. Sin embargo, en la sangre de van Andel-Schipper, la mayor parte de las células derivaba de solo dos de esas células madre.
“Esto sugiere que a medida que envejecemos, la reserva de células madre hematopoyéticas disminuye hasta que todas nuestras células son clones de solo unas pocas células parentales”, concluye el estudio.
Los científicos destacan que gran parte de las mutaciones en la sangre de la anciana, que a pesar de su edad estaba sana y conservó sus facultades mentales en perfecto estado hasta su muerte, fueron inofensivas.