A pesar de numerosos estudios sobre la relación entre el ingreso o PIB y la satisfacción con la vida, los profesores Eugenio Proto (Reino Unido) y Aldo Rustichini (EE.UU.) decidieron minimizar los efectos de los factores no económicos en los resultados de dichos estudios y —rechazando los modelos de análisis de sus predecesores— desarrollaron su propio método para determinar el “punto de felicidad”.
Los investigadores dividieron en 50 grupos todos los países en términos de PIB per cápita: desde los más pobres hasta los más ricos.
Además, a fin de evitar errores estadísticos, los economistas utilizaron únicamente los datos de la encuesta mundial de valores (World Values Survey, en inglés), ya que muchos cuestionarios sociológicos, diferencia en la percepción cultural y lingüística varían bastante de país a país.
Tras analizar la información obtenida, los economistas llegaron a la conclusión de que el llamado “punto de felicidad” se alcanza con unos ingresos de unos 33.000 de dólares al año. Si uno llega este nivel de ingresos, sus exigencias de recursos monetarios ya crecen drásticamente, pero aumentar también los ingresos a ese grado se vuelve mucho más difícil.
Сomo consecuencia, las expectativas no cumplidas privan a los individuos de la alegría del crecimiento de sus ingresos, concluyeron los investigadores.
Así, la investigación reciente una vez más ha demostrado la paradoja de Easterlin, declarada en 1974 por este economista estadounidense, que llegó a la conclusión de que a partir de cierto nivel de ingresos el dinero adicional ya no trae la felicidad.