Los investigadores Elizabeth Torres y Jorge José, de origen cubano y mexicano, respectivamente,desarrollaron un método para detectar el autismo en los primeros años de vida, según publica la revista «Frontiers in Neuroscience».
«Con esta investigación tratamos de desarrollar métodos que miden con precisión los patrones de movimiento de niños para determinar si son autistas», y el tipo de autismo, dijo a Efe Torres, neurocientífica de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey).
Hasta ahora el diagnóstico, usualmente a los tres años, se hace de forma subjetiva a partir de preguntas a los padres sobre la conducta del niño, y el descubrimiento abre la puerta para diagnosticar el autismo a temprana edad y comenzar el tratamiento.
Torres y José colocaron sensores en los brazos de 36 autistas de edades entre 3 y 26 años, algunos con algún nivel de comunicación, y sus movimientos fueron registrados en una computadora, confirmando «sin error» el diagnóstico que se había hecho y su nivel de desarrollo.
En el estudio, financiado con una beca de la Fundación Nacional de Ciencia de EE.UU. y desarrollado en el laboratorio de la Universidad de Rutgers, también hubo un grupo de control de 42 personas desde tres a 60 años, que no tenían autismo, para tener un punto de referencia.
«El sensor determinó cuantitativamente con los movimientos, y sin error, lo que se había confirmado» de antemano, que los niños eran autistas, según destacó Torres, que estudió en la Universidad de La Habana y emigró a EE.UU. a los 20 años.
Destacó que a base de observar los movimientos, que en los niños autistas no están conectados con la intención de esa acción, descubrieron que la edad es un componente importante en el diagnóstico.
«Vimos que autistas de 12 ó 16 años e incluso de 25 tenían los patrones de movimiento de un niño normal de tres. O sea que el sistema sensorial motor no maduró, se quedó estancado y no interpreta el mundo externo igual que nosotros», explicó.
José, doctor por la Universidad Autónoma de México (UNAM), destacó que «el gran descubrimiento es que hay evidencia de la manera como se mueven los niños que nos puede decir cuál es el grado de habilidad cognitiva que tienen comparado con los niños normales y en general, qué tan autistas son».
«Esto no existía antes. Es la primera vez que se tiene una medida cuantitativa para el autismo que no depende de la observación», dijo José, y explicó que en la intensidad de los movimientos no voluntarios «está la clave para identificar y medir el autismo».
Agregó que se pudo medir ese movimiento no voluntario, por ejemplo, en el acto de regresar el brazo a su posición original luego de haberlo levantado para agarrar un objeto o tocar una pantalla, como hicieron los niños.
«Lo que encontramos fue que el movimiento de los niños con autismo es mucho más irregular», indicó.
El investigador explicó que los autistas no pasan por la transición de un niño normal, que va desarrollando sus movimientos según crece hasta tener control y poder anticipar lo que va a hacer.
«Los niños autistas no pasan esa transición», afirmó el científico, vicepresidente de investigación de la Universidad de Indiana.
Torres agregó que «nunca se habían relacionado los movimientos con el autismo porque se ha definido el síndrome como algo cognitivo, social. Nosotros lo que hemos hecho es enfatizar en la importancia del sistema en conjunto, del cerebro y el cuerpo».
El estudio se hizo en niños de tres años pero Torres destacó con satisfacción que se puede utilizar la misma tecnología en un recién nacido, porque a esa edad «ya tiene movimientos espontáneos, tiene reflejos» y poco a poco «comienzan a explorar su ambiente, a alcanzar cosas».
«Tenemos ya la manera de medir y la instrumentación. Podemos colocar el niño en la cuna, poner cámaras y decir si tiene problemas con sus movimientos espontáneos, con sus reflejos, si no se desarrolla a la misma velocidad que otros. En los niños autistas vamos a poder medir toda esa etapa de aprendizaje, es como construir un mapa de su cuerpo», afirmó.