Por su dureza y su espectacularidad, en pocas semanas el filme se convirtió en un éxito mundial. Se titula El Ente. Lo sorprendente es que estaba basada en hechos reales que fueron convenientemente investigados por los expertos.
La génesis de este caso nos remonta a mediados de la década de los 70’. Carla Moran era una joven madre de familia que acababa de enviudar (sus hijos apenas son adolescentes). Viven en San Diego y en la vivienda empiezan a ocurrir sucesos extraños: objetos que se mueven, pasos espectrales, extraños ruidos…
Fue el comienzo de una terrible pesadilla que alcanzó cotas insoportables cuando, en una ocasión, Carla sintió cómo unas manos invisibles la atraparon y empujaron contra la cama. Acto seguido, siente cómo ese ente la viola.
La primera reacción fue visitar al psiquiatra, que tras los primeros exámenes determina que Carla no está enferma. Para intentar resolver el caso aparecieron, a petición del galeno, los investigadores de la Universidad de California, la famosa UCLA.
Kerry Gaynor y Barry Taff encabezaron la comisión; junto a ellos trabajó el psiquiatra Howard Lond. Los estudiosos realizaron un pormenorizado estudio de los hechos.
Tras las primeras jornadas de trabajo, lo que parecía un delirio se convirtió en algo digno de ser estudiado, toda una moderna historia de íncubos y súcubos, los diablos de las leyendas medievales que tenían por costumbre invadir las estancias privadas de las doncellas, a quienes incluso llegaba a violar.
La universidad cedió a los estudiosos un laboratorio perfectamente equipado en donde simularon una réplica de la vivienda de Carla Moran. Por su experiencia previa, estaban convencidos de que los hechos estaban vinculados a la persona y no al lugar.
Y sabían, además, que el fenómeno se repetía con cierta frecuencia. “El supuesto espíritu, antes o después, volverá a surgir”, pensaron. Lo que se plantearon fue comprobar cómo actuaba el enigmático ente.
Tras varias semanas de investigación, la violenta presencia invisible se deja sentir. En ese instante, todos los instrumentos comenzaron a trabajar y las cámaras incluso captaron una especia de esfera luminosa próxima a la víctima.
A continuación, Carla Moran empezó a convulsionarse, como si de nuevo fuera atacada por la entidad. Sintió zarandeos, golpes, empujones. Pocos minutos después, de un instante a otro, todo concluyó. Atónitos, los tres investigadores prepararon el acta de lo que habían observado.
También identificaron y tipificaron lesiones en la víctima: contusiones violentas en la espalda, arañazos en el pecho, muslos enrojecidos. Pero lo más grave llegó con el examen ginecológico, puesto que se identificaron en Carla desgarramientos internos idénticos a los registrados en caso de violación.
El problema es que en su informe los tres estudiosos se vieron en la obligación de identificar al agresor como algo desconocido en invisible. Nunca habían investigado un caso similar. Y nunca antes, en la historia de la parapsicología, se había podido contrastar un episodio tan sorprendente, pero había otro problema: los ataques no cesaban en modo alguno, se repetían constantemente.
Incluso en tres ocasiones diferentes se sospechó que Carla estaba embarazada, pero los médicos afirmaron que se trababa de embarazos psicológicos. Nadie lo discute, pero el problema radica en que dichos embarazos llegaban después de ataques como el descrito. Y en ellos no había nada de psicológico; al contrario.
Se llegó incluso a efectuar en exorcismo, pero sin éxito alguno. Los fenómenos sólo cesaron meses después, cuando la presencia invisible comenzó a distanciar en el tiempo sus acometidas, hasta que desapareció de la vida de Carla.