Los cadáveres de 28 personas ejecutadas han aparecido este viernes en distintos puntos de Irak, en un macabro recordatorio de la violencia sectaria que devora al país. El peor hallazgo ha sido el de los 18 cuerpos con agujeros de bala en la cabeza y en el pecho en la localidad Meshahda, a unos 32 kilómetros al norte de Bagdad, donde también se han descubierto otras dos fosas. Esta es la mayor ejecución perpetrada en Irak en los últimos meses.
Los 18 hombres cuyos cadáveres han aparecido esta mañana en una huerta en la periferia norte de Bagdad, habían sido secuestrados unas horas antes por hombres vestidos con uniformes militares, según los responsables médicos y de seguridad. Entre los muertos hay dos líderes tribales, cuatro policías y un comandante del ejército.
En el momento del rapto, los secuestradores, que viajaban en vehículos con los colores del ejército, contaron a los familiares de sus víctimas que estan iban a ser interrogadas en el marco de unas investigaciones.
Además, los cuerpos decapitados de siete hombres han aparecido en una fosa común en Tikrit, capital de la provincia de Salahedín. Eran limpiadores o jardineros del campo de fútbol local. Las autoridades sospechan que los siete hombres eran suníes y que tenían menos de 30 años.
Al este de la capital también han sido encontrados los cadáveres de tres mujeres torturadas y con marcas de balazos en el cráneo. Asimismo, el miércoles, los restos de 19 personas muertas a balazos aparecieron en dos fosas comunes y una vivienda en la capital. Once personas más han muerto y 19 han resultado heridas en varios ataques en otras partes del país, como Mosul, Baquba y Kirkuk.
La violencia religiosa se ha cobrado la vida de unas 6.000 personas este año en ataques y atentados. Además, y según datos de la misión de las Naciones Unidas en Irak y el Gobierno iraquí, cerca de un millar de personas perdieron la vida en actos violentos en octubre pasado, uno de los meses más mortíferos de los últimos cinco años.
El Gobierno ha combatido durante meses a la insurgencia pero sin éxito. El Ejecutivo liderado por Nuri al-Maliki se vió obligado a solicitar la ayuda internacional, incluída la de EE UU, cuyas tropas abandonaron el país en diciembre de 2011 tras nueve años de ocupación.