Las historias que ha protagonizado este menor de edad, de apenas 9 años, con respecto al bullying. ¿Por qué lo expulsaron de la escuela?
Diego tiene nueve años y ha hecho muchas travesuras, pero dos de sus comportamientos más contundentes, en la escuela primaria José María Mata, en la colonia del Valle, fueron así:
Un día se acercó a una de las pequeñas más calladas de la escuela y le dijo: ‘Te voy a bajar los pantalones y te voy a violar’. La niña, temerosa, no se lo comentó a sus padres. Simplemente les pidió no regresar a la escuela. Y en dos semanas no volvió. Cuando ellos se enteraron de la razón, la cambiaron de grupo.
En otra ocasión, lunes por la mañana, en la ceremonia de honores a la bandera, se bajó los pantalones, se mostró ante sus compañeros y les gritó: ‘¡Quién me la va a mamar!’
Y hay más:
Como esa vez en la que, yendo en cuarto, les perdió el respeto a los de quinto y sexto y los afilió a su lista de acosados. No sólo les amenazaba con quitarles el lunch o su dinero; lo hacía.
O como el día en que escupió y pateó a un maestro, gritándole en la cara: ‘¿Y qué me va a hacer?, ¿llevarme a la dirección?, ¿llamar a mi mamá? Si ni va a venir –decía–. No me pueden hacer nada’.
O qué tal el montón de mochilas aventadas por Diego al piso; todas las de sus compañeros han probado su fiereza infantil. A un alumno con capacidades diferentes no deja de llamarlo lisiado, de recordarle que nunca va a caminar y, además, le esconde sus aparatos ortopédicos.
Una reciente: en el baño quiso obligar forcejeando a que otro niño metiera la cabeza al excusado.
Y no olvidar el intento de ahorcamiento sobre una pequeña, cuya madre interpuso una denuncia ante la PGJDF.
Diego es más que un niño tremendo.
No. De ninguna manera vivirían este martirio un año más.
…Las quejas con la directora, los papeles ingresados a la SEP, al DIF y a otras instancias, la comunicación ya interrumpida con Diana, la madre de Diego… Nada había funcionado.
Por ello fue que padres de familia con una hija en el plantel, decidieron, la noche del martes, que a la mañana siguiente cerrarían la escuela. Era el último recurso y asumirían todas sus consecuencias.
* * *
Tiene razón la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal cuando sostiene que no debe criminalizarse al menor y a su madre tras la protesta que realizaron padres de familia por su presunta conducta de acosador escolar.
El bullying comienza en casa. Los niños aprenden a ser agresivos viendo las interacciones en familia. Diversas investigaciones hallaron correlación entre estos comportamientos en los niños y la vivencia de un ambiente familiar donde la agresión no sólo es tolerada, sino practicada activamente. Sumada a la agresión, la comunicación es pobre. Los padres generalmente son percibidos como figuras hostiles, distantes y frías.
El miércoles, la escuela primaria José María Mata, en la calle Amores de la colonia del Valle, no abrió sus puertas obligada por un grupo harto de la conducta de Diego, este pequeño que se volvió ingobernable no sólo para sus maestros, sino para el sistema educativo.
A sus nueve años logró aterrorizar a sus compañeros, basado en actitudes que pronto los convirtieron en sus víctimas colectivas de bullying.
–¿Qué es lo que llevó a tomar medidas tan drásticas como cerrar las puertas de una escuela?
Una gota derramó el vaso de la paciencia. La explica el padre, en entrevista con Grupo Imagen Multimedia:
–Es triste, sobre todo, ver a tu hija regresar de la escuela, al inicio del curso, y decir que no quiere volver. Y todo por la presencia de Diego, quien en su primer día de clases en quinto grado, la insultó y le pateó la mochila.
Los meses previos, cuando el acoso de Diego alcanzó a más de 25 niños, los padres se organizaron. Primero se acercaron a la directora del plantel, Blanca Alicia Díaz, quien de inmediato canalizó el tema. Sin embargo, a pesar de recolectar firmas e ingresar oficios a la SEP, al DIF, y ante autoridades capitalinas, nada sucedía.
Durante las vacaciones se enteraron de que en la lista de compañeros para el siguiente curso el nombre de Diego seguía ahí. Analizaron cambiar de escuela a su pequeña hija; pero decidieron continuar.
El padre entrevistado reflexiona.
–Nosotros nunca pensamos en que lo expulsaran; lo que queríamos eran soluciones. Si una solución era meter al niño a tratamiento, bien. Si la solución era que cambiáramos a mi hija de escuela, lo aceptábamos. De ellos (las autoridades) fue la decisión de expulsarlo. Pero finalmente la tranquilidad regreso a los alumnos.
* * *
Sus compañeros, aún los más rebeldes, ya no se juntaban con él.
Diego llegó a la José María Mata en cuarto grado. Ingresó tres meses después que el resto, porque precisamente venía de otra escuela. La José María Mata era la cuarta en la que el pequeño había sido inscrito. Su récord no es para el libro de honor: el día de hoy debía pisar su quinta escuela en tres años, la Hispanoamérica, en la calle Indiana, colonia Nápoles, a donde fue cambiado desde ayer. Pero no asistió.
Muchos se preguntaron quién será su padre.
Nadie ha visto al papá de Diego –dice–. Por las mañanas su madre lo deja en la esquina de la escuela y él camina media cuadra hasta la puerta. Por las tardes, al concluir clases, es recogido por su madre o por su abuelo materno. Esto explica el porqué Diego usa los apellidos de su madre. Dicen que labora en trabajo social de la delegación BJ, pero es sólo un rumor entre padres de familia.
Los problemas –-cuenta el testigo— iniciaron el año pasado con el arribo de Diego. Cursaba el cuarto año. Las quejas sobre su comportamiento se dieron de inmediato y, primero, en el salón de clases. Pero a los tres meses de haber llegado, el acoso se extendió a compañeros de otros grados, inclusive más altos.
–A mi hija –-señala— primero la insultó y luego le jaló el cabello. Cuando nos lo dijo, en casa pensamos que eso era lo normal. Que sucedía en todas las escuelas… Pero pasó el tiempo y la situación se volvió incontrolable. No queríamos vivir otro año como el anterior, con quejas todos los días y el desencanto de nuestra niña por acudir a la escuela, que, además, tanto le gusta. Pensamos que debíamos hacer algo riguroso. Todo el papeleo había sido inútil. Las quejas habían llegado a diversas instancias y nadie tomó cartas en el asunto.
Así que el miércoles en la calle de Amores, a los manifestantes se les unió la directora, Blanca Alicia Díaz, quien confirmó la actitud agresiva del niño, no sólo a sus compañeros sino hacia el personal docente y alumnos de otros grupos.
–Fuimos los primeros en llegar, con dos cartelones naranja, donde estampamos nuestros reclamos y la intención de cerrar la escuela hasta que alguien, con más autoridad que la directora, atendiera nuestro caso.
No fue sencillo. Lo primero con lo que se encontraron fue con la oposición de otros padres de familia y de automovilistas que se molestaban por el cierre del tránsito vehicular. Así que el afectado explicó a los padres que aún no conocían a fondo la situación, qué era lo que estaba sucediendo. Esos padres también se unieron a la protesta.
Sin embargo, la situación se tornó tensa cuando Diana, la madre de Diego, intentó que el menor ingresara al plantel, lo que provocó la molestia de los presentes.
Fue la misma mamá de Diego quien llamó a los policías. Y ella fue quien solita se metió con Diego a la patrulla (la P-3628), que tuvo que resguardarlos.
Ya dentro, los padres de familia rodearon al vehículo para lanzar consignas.
No queríamos que se la llevaran antes de encontrar una solución. Y esta llegó cuando, coincidentemente al arribo de los medios, se nos informó que había sido autorizada la expulsión de Diego.
La madre del niño argumentaba que la directora y los otros padres de familia mentían.
Nunca imaginé que el caso trascendiera –confiesa–. Lo que sí, nos veía, a mi esposa y a mí, arrestados por la policía por hacer algo ilegal… ¡Y sólo por proteger a nuestra hija!