Real Madrid 2 – Atletico 1
Hubo un tiempo no muy lejano en el que los derbis levantaban grandísima emoción, tiempo de cañas, charlas en las oficinas, esperanzas y desesperanzas. Luego llegaba el partido y era un pestiño del diez, abrumados los jugadores por la presión mediática, por los nervios, por la rivalidad…
Luego, aquello pasó, quizás porque todo se plagó de extranjeros que no vivían los clubes como los canteranos o porque el Madrid le cogió la medida al Atlético y ya los rojiblancos vieron todo aquello como un Everest imposible de escalar. Salió a flote la calidad de algunos jugadores y hubo choques de enjundia.
Esta vez se volvió al pasado. Quizás porque el Madrid salió con una alineación que era más un muro de hormigón que una orquesta de fino estilismo. Con Khedira y Pepe en el doble pivote, era imposible pensar que el Madrid fuera a trenzar jugada alguna más allá del medio campo.
Que el Atlético dominara durante los primeros compases, con fútbol fluido y rápido, fue normal. Lo que no lo fue tanto es que tras marcar el primer tanto (como hacía el Madrid antaño) se frenara, mucho más cuando el rival le empató en una jugada circense de «yo saco, le doy, no le doy, ay que me da en la cadera, ay que se cuela el balón». Una rechifla de gol pero que vale como cualquier otro.
Llegan los fantasmas
Fue marcar el Madrid y al Atlético se le aparecieron todos los fantasmas más uno, y son muchos los que tienen los rojiblancos con el Real. Teniendo una alineación mucho más predispuesta a jugar al fútbol y a dominar el partido que su rival, los de Simeone entraron en una espiral de precipitación, nervios y estado de excitación sin sentido que le llevó a entrar en el mismo juego de despropósito que el Madrid.
Los blancos tampoco estaban para florituras. Tiraron a puerta vez y media hasta que en una contra Benzema tuvo la verdadera ocasión de verdad, oportunidad salvada por Courtois en una gran salida. Pero hasta entonces el Madrid acumulaba pelotazos a los aviones, entregas al contrario, apenas tres toques en cada ofensiva dentro de una locura de partido en el que uno jugaba mal y el otro peor.
En el Atlético nadie puso pausa. Repleto de centrocampistas el equipo, ninguno fue capaz de ordenar el juego, parar, ordenar el fútbol y encauzarlo con criterio. Con el once que había sacado el Madrid, habría sido fácil presionar, atacar en los puntos más débiles, robar y buscar la velocidad de Diego Costa y Falcao. Pero el equipo, quizás por la posibilidad de romper 14 años de historia, se aceleró en todo, descompensó la presión y, peor, se precipitó en los pases interiores y en las aperturas. El Madrid, con siete llaves delante de Diego López, cerró bien pero también tuvo sus rémoras porque sufrió lo indecible en los balones aéreos, tuvo enormes errores en la salida del balón (y no por la presión atlética sino por configuración inicial del equipo) y apenas fue capaz de llegar a los dominios de Courtois.
De los dos, el Atlético fue más decepcionante. Con todo el equipo de gala debería haber fusilado al Madrid de principio a fin, pero tuvo poca elaboración, quizás porque cuando no está Turan le falta ese punto de finura para poner más calidad en su fútbol. Los de Simeone jugaron a empujones, sin ninguna delicadeza, a empellón puro, mientras que el Madrid hizo lo mismo. «Tú me empujas, yo también», así sin dar un pase en condiciones ninguno. Mucha voluntad, muchos kilómetros y escaso amor por el esférico, que se vio maltratado por ambos.
Contra mortal
Tras el descanso, Simeone les abrió los ojos: que tocaran, con tranquilidad, que ya llegaría. El Atlético llegó con cierto peligro, más que el Madrid, que apenas lo intentaba pero cuando lo intentó encontró carne en la única contra que logró hilar. Se retrasó Benzema, por su hueco entró Di María, el mejor de los blancos, y con un tiro cruzado dejó sentado a los rojiblancos, que no se lo creían.
Si el Atlético había ido como un toro con venda hacia delante, ahora lo fue con dos vendas, a por todas, a expensas de que el Madrid le metiese otra contra y lo tumbase definitivamente. Mou, como acostumbra, metió aXabi Alonso para conformar un trivote que en realidad era un cebo para los rojiblancos. «Ven, ven, que ya verás como te pille».
El partido, que ya había degenerado, se convirtió en un cruce de piedra contra piedra, histérico el Atlético, atacando como podía, con mucho juego aéreo y poca cabeza. El Madrid, con doscientos legionarios detrás del balón, no quería ni ver a Courtois, achicando agua como podía, que era mucha ante la ofensiva sin control de los de Simeone. Fue el territorio donde Diego Costa empezó a repartir y ya casi no hubo fútbol. Al final, lo de siempre: el Madrid se la volvió a jugar.