Yakiri, de 20 años, lleva mes y medio en prisión. El lunes 9 de diciembre entró en una comisaría de la policía ministerial en la capital mexicanapara denunciar que dos hombres la habían secuestrado, violado y golpeado. Según su versión, forcejeó con uno de ellos, el que se quedó más tiempo en el cuarto del hotel donde abusaron de ella. Miguel, de 37 años, 1,80 de estatura y 90 kilos de peso salió desangrándose de la habitación y murió en la puerta de su casa. Lo recibió Omar, su hermano menor, el otro implicado en los hechos que expone en su denuncia Yakiri. El jóven, de 33 años, acudió a la misma comisaría para informar del homicidio de su hermano, la vio y la reconoció. Yakiri ya no volvió a pisar la calle. De las celdas de las oficinas pasó a la prisión femenina de Santa Martha Acatitla, y de ahí, al penal de Tepepan, donde en vez de 14, son cuatro las reclusas por cuarto.
Este lunes, la quinta sala de lo penal del DF citó a Yakiri a una audiencia para escuchar su versión. “Hasta ahora ningún magistrado había pedido hablar con ella y es inusual que en la audiencia en la que se entregan las apelaciones pidan la presencia del implicado”, explica Edith López, miembro del Comité Ciudadano por la Libertad de Yakiri. “El juez que dictó auto de formal prisión nunca la escuchó ni motivó sus denuncias”.
En este sentido, los alegatos de la defensa, que representa la abogada Ana Katiria Suárez, “buscan desvirtuar la detención, que consideramos ilegal, porque no es en flagrancia del delito y ella es la primera que denuncia”, dice López. “Hubo una violación del debido proceso”, ha repetido infinidad de veces la letrada.
Aquel día, según recoge el auto, Yakiri llegó a la comisaría con múltiples contusiones. El examen ginecológico no establece si hay o no lesiones -”es insuficiente”, asegura Suárez. “El juez inventa una historia de concubinato entre Yakiri y Miguel , habla de traición, acusaciones que no se sostienen con las pruebas del miniterio público”, valora Edith López. En el auto, de 108 páginas, se recogen los testimonios de la pareja sentimental de Yakiri, una mujer que declara que esa tarde habían quedado en verse cerca del lugar donde ocurrieron los hechos, a no más de seis calles de uno de los barrios de moda de la capital mexicana, la Roma. Otro de los testimonios es el de un joven llamado Miguel, como el fallecido, pero casi veinte años menor. En el bolso de Yakiri había tres cartas de amor, escritas con lenguaje inocente y firmadas con su nombre que se reproducen en la resolución del juez. Él admite ser el autor de las mismas, era vecino de la joven y le gustaba. El juez omite las dos declaraciones cuando razona el encarcelamiento.
“La nueva juez [Celia Marín Sasaki] nos ha dicho que va a juzgar con perpectiva de género”, dice el padre de Yakiri, José Luis. La omisión de cualquier protocolo de defensa de víctimas de agresión sexual o de los tratados internacionales contra la violencia machista ha sido una de las causas que ha despertado la indignación en las organizaciones y redes sociales, donde el apoyo a Yakiri ha sido masivo. Representantes de las Naciones Unidas, del Senado, la Asamblea legislativa de la capital y del Instituto de las Mujeres han estado presentes en todo el proceso.
Laura Aragón, portavoz de la organización de derechos humanos Mukira, explica además que la acusación -Omar- no se ha presentado a declarar en ninguna de las ocasiones que ha sido citado. “Han sido varias y se supone que es el testimonio más importante contra ella”. Tampoco el gerente del hotel, que en su día declaró que vio entrar a ambos como una pareja normal. Yakiri relata que él lo apuntaba con una pistola en la espalda y que no lo conocía. En medios locales se ha publicado que la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal acredita una relación anterior por las llamadas registradas en el teléfono del fallecido. “No ha habido un peritaje al respecto”, dice la portavoz del Comité Ciudadano por la libertad de Yakiri.
Marina, la madre de Yaki -como la llaman cariñosamente- y su padre, José Luis, siguen dando la batalla. Al otro lado del teléfono la mujer confiesa que su hija “está más tranquila, aunque hay días que se desespera por tanto tiempo de encierro”. Hasta que la juez decida puede pasar un mes, “tal ves sea menos”, termina esperanzada su madre.