Desde bebés hasta dinero, las historias de los olvidos en los taxis

3.000 objetos se reportan cada año en Taxis Libres. Pasajeros son desagradecidos, dicen conductores.

Jorge Quintero, de 89 años, lleva 70 manejando un taxi.
Jorge Quintero, de 89 años, lleva 70 manejando un taxi.

Atrás, en el baúl del taxi, están arrumadas las verduras frescas y las carnes congeladas, que van poco a poco perdiendo su consistencia en el calor del encierro. La pasajera de turno se baja, paga la carrera y retira las bolsas de mercado con un cuidado excesivo.

Como si protagonizaran un entreacto, ambos se despiden de lejos y el taxista sigue su jornada habitual. Pero, a los pocos minutos, a las pocas cuadras, el hombre escucha un rumor de bolsa de mercado en movimiento y sospecha que la mujer ha olvidado algo. Frena, se da vuelta y descubre que aquel sonido, que puede ser el de una bolsa o el de un pañal, cobra vida: la pasajera ha olvidado a su bebé en el asiento trasero del taxi.

El hombre regresa, toca la puerta con el niño en sus brazos y la madre se derrumba en una mezcla de pánico y agradecimiento, de incredulidad y culpa.

Este caso, ocurrido el año pasado, es apenas uno de las múltiples historias de olvido que se presentan a diario en los vehículos amarillos de Bogotá.

La enumeración de los objetos insólitos que los taxistas hallan en sus recorridos regulares no acabaría nunca: un extranjero olvidó dos flautas de tubos disímiles con el símbolo de los juegos olímpicos de Pekín del 2008. Otro dejó caer un anillo de compromiso. Y un taxista descubrió unos bultos de cemento que había cargado un usuario en el baúl luego de que su carro no respondiera con la misma potencia en una pendiente. Se habla de cajas de dientes y hasta de una peluca.

Los usuarios, en medio del desespero que produce el tráfico constante, también abandonan computadores, tarros de pintura, libros, gafas y llaves.

Esos objetos inusuales, que hablan de la vida cifrada de los otros y que en muchos casos permanecen en un olvido permanente en las oficinas de servicio de Taxis Libres y Taxi Imperial (los encargados de recoger los pasajeros en el aeropuerto), hacen parte de los más de 3.000 objetos perdidos que se reportan todos los años en Bogotá en ambas sucursales. Casi el 90 por ciento es devuelto a los usuarios que llaman a reclamarlos.

“Los objetos de valor son reportados de inmediato y los recogen a las pocas horas. Lo que nunca reclaman son cosas como ropa, celulares de baja gama, sombrillas”, cuenta Raúl Novoa, director de servicio al cliente de Taxis Libres. Después de un año de permanecer sin doliente, la compañía dona lo poco que sirve a fundaciones como El Minuto de Dios.

Las sumas de dinero

Uno de los casos más recordados en el gremio es el de un militar que dejó su revólver de dotación y una suma de 5 millones de pesos en el taxi.

“Era un general y llegó a las oficinas de servicio al cliente rogando para que el caso no se hiciera público. Para ellos es delicado perder el arma y en este caso nos pidió discreción”, informa uno de los funcionarios encargados de recibir a diario las quejas en Taxis Libres, una de las empresas más grandes de Bogotá, con 35.000 móviles activos en todo el país.

Lo extraño, confiesan los taxistas, es que casi ningún pasajero deja bonificación tras la devolución, que muchas veces se hace sin la intermediación de la empresa.

“Hay una historia que me dolió mucho. Un pasajero dejó 5 millones de pesos y el taxista, tras la devolución, le pidió que si podía hacer una carta para contar lo sucedido y ponerla en su hoja de vida. Pero el usuario se puso furioso, le dijo que era una obligación ser honrado. En lugar de darle las gracias lo regañó”, cuenta Uldarico Peña, gerente de la empresa Taxis Libres.

“Hubo un caso en el que olvidaron una maleta con 10 millones de pesos. El taxista que los regresó nos dijo: ‘Bueno, por lo menos aquí me hago lo del día con lo que me den’. Pero la recompensa fue un ‘muchas gracias’ y una totuma de arequipe”, cuenta Novoa.

Algunos dirán que se trata de casos aislados. Pero en las oficinas, los objetos sin dueño, olvidados, se siguen amontonando en las gavetas de las oficinas.