El primer condenado a muerte que se salvó por su ADN

Lo que finalmente ayudó a Bloodsworth y le permitió salir de la cárcel fue una práctica que en los últimos años se ha vuelto común, pero en su momento era una rareza: la comparación de muestras de material genético.

En 1993, Bloodsworth se convirtió en la primera persona en Estados Unidos en ser condenada al callejón de la muerte y luego liberada con base en su ADN, si bien para ese entonces su condena había sido sustituida por dos cadenas perpetuas consecutivas.

Su caso se volvió emblemático, ha sido el personaje de libros y entrevistas y hasta existe un programa en su honor, parte de una ley de 2004, para ayudar a sufragar los costos de las pruebas de ADN que se realizan tras una condena.

Bloodsworth habló con BBC Mundo sobre su esfuerzo por eliminar la pena de muerte, sus momentos más dolorosos en prisión y cómo no pasa un día sin que piense en todo lo que tuvo que soportar.

Bloodsworth, quien estaba recién casado cuando fue arrestado a sus 23 años, dice que fue un libro el que le salvó la vida.

Como bibliotecario de la cárcel, pasaba mucho tiempo tratando de leer todo lo que cayera en sus manos: periódicos, tratados, casos judiciales. Cualquier cosa que pudiera ayudarle a demostrar su inocencia luego de que fuera condenado por el crimen de la pequeña Dawn Hamilton con base en testimonios de testigos.

En ese tiempo en prisión conoció un libro del escritor Joseph Wambaugh que detalla cómo el ADN había sido utilizado para arrestar al culpable de un crimen en Reino Unido.

Bloodsworth, entonces, tuvo lo que él llama su «momento eureka»: «Si uno puede condenar a alguien por el ADN, uno también puede liberar a alguien por el ADN», dice que pensó.

Su idea era comparar su propio material genético con los rastros que pudieran encontrarse en los objetos guardados de la escena del crimen.

Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo: las pruebas de ADN estaban todavía en sus fases iniciales, había pocos laboratorios y no muchas personas sabían cómo interpretar los resultados.

A eso se agrega que la búsqueda de pruebas fue particularmente difícil en su caso. Al principio le dijeron que la evidencia del crimen había sido «destruida involuntariamente».

Sólo después de un tiempo apareció en una bolsa de papel en las oficinas judiciales y de ella se pudo extraer rastros de semen en la ropa interior de la víctima.

En la cárcel, Kirk Bloodsworth escribió cientos de cartas tratando de demostrar su inocencia. Siempre las firmaba igual.

En la cárcel, Kirk Bloodsworth escribió cientos de cartas tratando de demostrar su inocencia. Siempre las firmaba igual: Kirk Noble Bloodsworth y luego AIM (An Innocent Man, Un Hombre Inocente).

«Tenía toda la evidencia que necesitaba para probar mi inocencia», recuerda en el diálogo con BBC Mundo. Y así fue: la comparación genética determinó que él no había sido el asesino.

La pesadilla había llegado a su fin.

O eso creía, pues faltaba un giro trágico. En uno de los momentos más tristes de su vida -y que todavía le afecta visiblemente- su madre murió justo antes de que él quedara en libertad.

«Ella habría querido que yo siguiera adelante y que encontrara al culpable», dice. «Y yo hice las dos cosas».

Faltaba otra sorpresa

Kirk Bloodsworth se ha dedicado a hablar de su particular caso y a abogar por el fin de la pena de muerte.

En 1993 Bloodsworth logró salir de la cárcel, pero no se sentía del todo libre. Todavía le intrigaba no saber quién había matado a la pequeña por la que él había sido encarcelado.

Por eso duró una década presionando para que las muestras de ADN de la evidencia fueran contrastadas con las de una base de datos de laboratorios criminales. Y entonces Bloodsworth se llevó otra sorpresa más.

Descubrió que había tenido contacto con el asesino: Kimberly Shay Ruffner, el culpable y quien ya había estado en la cárcel por otro crimen, había coincidido con él en la misma penitenciaría. Ruffner admitió en 2004 el asesinato y fue condenado a cadena perpetua.

Así, Bloodsworth pudo cerrar el capítulo del verdadero autor del crimen y siguió dedicado a hablar de su caso.

Dice, en su visita a las oficinas de BBC Mundo en Washington, que «no pasa un día sin pensar en ese horror» y agrega que su experiencia fue como la de un militar que combate en una guerra durante muchos años. Como muchos soldados, él también carga el peso del estrés postraumático.

Pero también explica que dar testimonio es una catarsis. «La purga de uno mismo ayuda a seguir peleando», explica.

«El ADN puede liberar a alguien»

 Actualmente es uno de los directores de Witness to Innocence, una organización de sobrevivientes del callejón de la muerte que aboga por la abolición de la pena capital.

También ayudó a escribir un libro sobre su vida, llamado simplemente «Bloodsworth», que le dedicó en primer lugar a Dios y luego «a su madre, quien siempre estará con él», según dice en la página de inicio.

Y como parte de ese proceso ha convertido su situación pionera en una bandera para que se promuevan las comparaciones genéticas para prisioneros.

En particular, una ley de 2004 aprobó un programa en su nombre para ofrecer subvenciones a los estados para ayudar a sufragar los costos de pruebas de ADN posteriores a la condena.

Entre 2005 y 2009, el programa contó con US$5 millones anuales de presupuesto y, según Bloodsworth, ha ayudado a varias personas a salir de la cárcel tal como él lo hizo.

Tal vez así -hablando de su caso y ayudando a otros- este estadounidense logra calmar esos fantasmas que no dejan de acecharlo desde que la vida le cambió en 1984.